Edgar Morin
Director Honorario de Investigaciones del CNRS, París, Francia.
Director Honorario de Investigaciones del CNRS, París, Francia.
(Documento editado para su lectura en radio FM Latidos programa Tierra que anda)
Todas las ciencias recortan arbitrariamente su objeto en el tejido
complejo de los fenómenos. La ecología es la primera ciencia que trata del
sistema global constituido por constituyentes físicos, botánicos, sociológicos,
microbianos, cada uno de los cuales depende de una disciplina especializada. El
conocimiento ecológico necesita una policompetencia en estos diferentes
dominios y, sobre todo, una aprehensión de las interacciones y de su naturaleza
sistémica. Los éxitos de la ciencia ecológica nos muestran que, contrariamente
al dogma de la hiperespecialización, hay un conocimiento organizacional global,
que es el único capaz de articular las competencias especializadas para
comprender las realidades complejas. Estamos, pues, en presencia de una ciencia
de nuevo tipo, sustentada sobre un sistema complejo, que apela a la vez a las
interacciones particulares y al conjunto global, que, además, resucita el
diálogo y la confrontación entre los hombres y la naturaleza, y permite las
intervenciones mutuamente provechosas para unos y otra.
El gran paradigma que ha regido la cultura occidental durante los siglos
XVII al XX desune el sujeto y el objeto, el primero remitido a la filosofía, el
segundo a la ciencia, y, en el marco de este paradigma, todo lo que es espíritu
y libertad depende de la filosofía, todo lo que es material y determinista
depende de la ciencia.
La relación ecológica nos conduce
muy rápidamente, en cambio, a una idea aparentemente paradójica: la de que,
para ser independiente, es necesario ser dependiente; cuanto más se quiere
ganar independencia, más es necesario pagarla mediante la dependencia. Así,
nuestra autonomía material y espiritual de seres humanos depende, no solamente
de alimentos materiales, sino también de alimentos culturales, de un lenguaje,
de un saber, de mil cosas técnicas y sociales.
Más profundamente, la auto-eco-organización significa que la
organización del mundo exterior está inscrita en el interior de nuestra propia
organización viviente. Así, el ritmo cósmico de la rotación de la Tierra sobre
sí misma, que hace alternar el día y la noche, se encuentra, no solamente en el
exterior de nosotros, sino también en nuestro interior, en forma de un reloj
biológico interno; éste determina nuestro ritmo noctidiurno autónomo.
Aquí es donde debemos abandonar totalmente la concepción insular del
hombre. No estamos separados de los mamíferos, somos super-mamíferos marcados
para siempre por nuestra relación íntima, caliente, intensa de ser inacabado,
no sólamente en el nacimiento, sino hasta la muerte, con nuestra madre, así
como por la relación entre los hermanos y hermanas de camada, fuentes del amor,
del afecto, de la ternura, de la fraternidad humanas. Somos super-mamíferos,
super-vertebrados, super-animales, super-vivientes. Esta idea fundamental
significa de golpe que, no solamente la organización biológica, animal,
mamífera, etc., se encuentra en la naturaleza en el exterior de nosotros, sino
que también se encuentra en nuestra naturaleza, en nuestro interior.
No solamente estamos en un mundo físico: este mundo físico, en su
organización físico-química, está constitutivamente en nosotros. He aquí, pues,
un principio fundamental del pensamiento ecologizado: no sólo no se puede
separar un ser autónomo (Autos) de su hábitat cosmofísico y biológico (Oikos),
sino que también es necesario pensar que Oikos está en Autos sin
que por ello Autos deje de ser autónomo y, en lo que concierne
al hombre, éste es relativamente extranjero en un mundo que, no obstante, es el
suyo. En efecto, somos íntegramente hijos del cosmos. Pero, por la evolución,
por el desarrollo particular de nuestro cerebro, por el lenguaje, por la
cultura, por la sociedad, hemos llegado a ser extraños al cosmos, nos hemos
distanciado de este cosmos y nos hemos marginado de él.
Hemos llegado al momento histórico en que el problema ecológico nos
demanda tomar conciencia a la vez de nuestra relación fundamental con el cosmos
y de nuestra extrañeza. Toda la historia de la humanidad es una historia de
interacción entre la biosfera y el hombre. El proceso se intensificó con el
desarrollo de la agricultura, que ha modificado profundamente el medio natural.
Cada vez más, se ha creado una especie de dialógica (relación a la vez
complementaria y antagonista) entre la esfera antroposocial y la biosfera. El
hombre debe dejar de actuar como un Gengis Khan del arrabal solar. Debe
considerarse, no como el pastor de la vida, sino como el copiloto de la
naturaleza.
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