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jueves, 20 de octubre de 2011

Tierra que Anda 5: El Agua


Son muy conocidos, difundidos y meditados los textos bíblicos que hablan del pan. En el Éxodo se relata como Dios le dio de comer el maná a su pueblo en el desierto. En el Nuevo Testamento son varios los relatos de la Multiplicación de los panes realizada por Jesucristo. Sin embargo en ambos casos se comenta menos, el tema del agua. El pueblo hebreo en el desierto también tuvo sed y fue saciado con el agua de una fuente que apareció cuando Moisés golpeó la piedra con su vara. En el Evangelio, Juan bautiza en el agua del Río Jordán, inclusive al mismo Cristo y este Jesús tiene un interesante diálogo con una Samaritana sobre el agua viva y una vez en la cruz, de sus heridas brotó agua, un acontecimiento que se convertirá para la Iglesia Católica como signo del bautismo.
Todos los pueblos de todas las épocas y culturas se formaron alrededor del agua. Para los pueblos nómades que seguían a las manadas, esto era sencillo ya que las mismas manadas buscaban el agua. Cuando se hicieron sedentarios, la fertilidad del suelo fue secundaria, primero debía haber una fuente de agua. Es más la tierra podía volverse fértil regándola y se hacía desierto por la falta de agua.
Las ciudades y las civilizaciones más antiguas se formaron alrededor del agua, del mar o de los grandes ríos. Todos hemos leído y hasta estudiado a los Egipcios en el Nilo, a Babilonia en el Éufrates, a los pueblos grecorromanos alrededor del mar Mediterráneo, y asociamos las modernas ciudades a sus ríos, Londres y el Támesis, París y el Sena, Nueva York y el Hudson, Buenos Aires o Montevideo y el Rio de la Plata, o ciudades cuyos nombres derivan del río sobre el que se asientan: Paraná, Gualeguay, Gualeguaychú, Uruguay y tantas otras.
Es posible ayunar varios días, sin alimentos, pero es imposible pasar un día sin agua.
El Agua que lava y purifica, el agua que refresca y calma, el agua que apaga la sed y vivifica, el agua que horada la piedra y suaviza la superficie, el agua que transforma el paisaje y reúne a los pueblos, el agua donde se originó y se sigue originando la vida, el agua que está afuera y está adentro nuestro, que corre por nuestras venas y llena nuestras células. El agua: tan abundante y tan escasa, tan popular y tan cara.
Hace un tiempo atrás leía un reportaje que le hicieran a Moussa Ag Assarid con motivo de la edición de su libro y allí él decía algunas frases muy interesantes por lo sentidas y vividas, frases que a las que ya nos hemos referido en otra oportunidad. Cuando le preguntan por las diferencias entre este mundo (París) y aquel, el suyo (Mali, en el desierto del Sahara) él responde:
“Allí, cada pequeña cosa proporciona felicidad. Cada roce es valioso. ¡Sentimos una enorme alegría por el simple hecho de tocarnos, de estar juntos! Allí nadie sueña con llegar a ser, ¡porque cada uno ya es!... (aquí) Vi correr a la gente por el aeropuerto.. . ¡En el desierto sólo se corre si viene una tormenta de arena! Me asusté, claro…
Después, en el hotel Ibis, vi el primer grifo de mi vida: vi correr el agua… y sentí ganas de llorar.
¡Todos los días de mi vida habían consistido en buscar agua! Cuando veo las fuentes de adorno aquí y allá, aún sigo sintiendo dentro un dolor tan inmenso…”
Muy probablemente muchos de quienes nos escuchan hayan experimentado alguna vez esa sensación indescriptible de sentarse una tarde, a la caída del sol, a la orilla de un río, de una laguna, del mar, y ver el agua en extensión y pensar que por un momento como ese, todo en la vida tiene sentido, el amor y el dolor, el trabajo y el descanso, la soledad y la amistad, la lucha y las pasiones, la música y el silencio, todo se resume en ese momento de paz frente el agua.
¿Porqué entonces parece habernos dejado de importar?. Y la derrochamos, y la ensuciamos ¿Será que perdimos la noción de su origen?. ¿que desconocemos la historia anterior a la canilla?.

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